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Entendamos: en Sur no sabrían asignarse a sí mismos ningún tipo de actitud mediocre. Seguramente que se trata de espíritus abisales... ¿Y no es en el borde de dos abismos opuestos donde se sitúa, para Victoria Ocampo, la comunicación humana? Es importante, nos parece, señalar aquí que Victoria Ocampo sólo conoce dos modos de comunicación: el grito y el rezo. Y seguramente: ¿qué podría quedar de la palabra, del modo simple de reciprocidad, en ese espíritu roído por tantas contradicciones? De esa aparición de la cobardía en el lugar donde debería haber la valentía? ¿De la toma de conciencia de esa cobardía? Es seguro: confesión, llanto, ruego humilde y altanero a la vez, desafío, orgullo, culpa, desprecio, etc.; resumiendo: hay sólo dos modos de comunicación: gritar o rogar. Gritar, notemos, que es la negación del modo más simple de comunicación que es espera de la palabra del otro, simple reconocimiento del otro, para alcanzar a través de él el propio reconocimiento... En el origen del grito está el no reconocimiento del otro. La abolición de la contestación. Gritar es alcanzar al otro en lo que tenga de más esencial, alcanzarlo de un golpe y acallarlo. Más exactamente: herirlo. Herida de lanza o estocada: he ahí la imagen que más perfectamente remeda al grito en el seno de la comunicación. En el rezo, en cambio, se trata de hacer presa del otro, pero de distinta manera: envolviéndolo... Cuando oímos rezar, en voz baja, calladamente, las palabras cuyo significado no alcanzamos a entender van entrando en nosotros lentamente, como en contra de nuestra voluntad nos cubren, nos van ganando como por adherencia física, como un baño en que el agua fuera subiendo lentamente desde los tobillos hasta terminar por cubrirnos o como en el proceso de una enfermedad en que la fiebre aumenta lenta y sostenidamente hasta que al fin, apresándonos, termina por sumirnos en el desgano y en la postración. Obsérvese que rezo y grito forman una pareja en que el otro es puesto como objeto y nunca como libertad a convencer. Grito y rezo, espada y oración, el guerrero y el santo, o como bien dice Simona de Beauvoir, la bomba atómica y la cultura. Enemigo a doblegar o cuerpo calenturiento, el otro es en ambos casos suprimido como sujeto. Sujeto de conquista o de misión se tiende a convertirlo en objeto. Conquistadores y misioneros por un lado, seres dignos solamente de ser conquistados o salvajes poseídos por alguna religión pagana por el otro: entre estas dos especies de seres de naturaleza tan desigual es imposible el diálogo. Los segundos serán cuerpos para herir o para probar los adelantos de la técnica o salvajes que desconocen simplemente la lengua de la civilización: es decir, lo opuesto a lo que los primeros entienden por hombre. Y entre un hombre y un subhombre, se sabe, no cabría diálogo alguno. Entre un francés –hombre de la civilización occidental– y un malgache la palabra es imposible: sólo queda la policía o la cruz.
(“Sur” o el antiperonismo colonialista en 'Conciencia y Estructura'. Ed. Corregidor. Bs.As. 1990. pp. 112-113)
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