Ciertamente, los inicios de la práctica del “acompañamiento terapéutico” (incluso en la previa de ser alcanzado por ese nombre controversial y no muy útil que digamos) componen un anecdotario casi infinito de intenciones fallidas en el tratamiento de la locura. Historias que remiten a soledades quijotescas, cuando no, obsesiones iatrogénicas por la idea del bien del otro.
Pero aunque nos conmueva la ingenuidad de aquellos planteos, vemos que en sus grietas hay preguntas, reparos y gestos solidarios que quizá no encontremos en las "pymes for crazy people" de la actualidad.
Lo que transcribimos a continuación son fragmentos del relato de Josefino Taffarel, lujoso ex volante tapón de Juventud Antoniana en los años 65-73.
Lo conocimos en el entretiempo del partido Uruguay-Ghana en el bar frente al centenario. Se sentó en la mesa de al lado y luego de preguntar a qué nos dedicábamos, empezó su relato tan sólo interrumpido con el gol de Forlán a los 55 minutos de partido.
“…Pibe, en el 68 me tenía que tomar 2 trenes para ir a la práctica, llevaba las medias en un bolsito, para asegurarme de que llegaran secas. Jugábamos los sábados. Cuando perdíamos ninguno salía, no era cómo ahora que es todo negocio y joda. Cuando ganábamos, íbamos con los pesitos del premio a lo de la señora Elsa…”
“…El asunto es que todos trabajábamos en otras cosas y por tanto nunca podía practicar el equipo entero...es cierto, cuando nos expulsaban a uno o dos, no nos desordenábamos, estábamos acostumbrados a jugar así, casi te diría que generábamos más peligro con dos menos. Pero claro, estaba la pericia nuestra y también los defectos del rival…”
“…el técnico lo conoce al doctor Kalina en el sauna de Berazategui. Y la cuestión es que el viejo empieza a conmoverse mucho con los relatos del doctor, y le ofrece el equipo para alojar a un par de pacientes…”
“…me acuerdo de la charla que nos dio a todos unas horas antes de que llegaran los nuevos:
*…necesito hombres bastantes pintones como para levantar a una mina que tiene sentido de clase, pero deben ser lo bastante duros como para agarrarse a trompadas con una pala mecánica. Necesito tipos capaces de moverse como un señor del estaño y con más labia que Fred Allen por la radio y que, cuando les den un mazazo en la cabeza, piensen que una corista lo atacó con un escarbadientes…”
“…con estas palabras nos la tuvimos que arreglar, porque nosotros no teníamos otras lecturas. El viejo nos traía cosas de la Antipsiquiatría y nos explicaba que cuando había un hecho de violencia de parte de los nuevos, no era cosa de ellos, sino que era propiedad del grupo social, que incluía hasta el trato de los aguateros y los hinchas, ya que el enfermo mental no era sino lo que lo micro y macrogrupos habían hecho de él”
“…al principio los expulsaban mucho, no obstante estábamos contentos. Entraban unos pesitos más para la pilcha y el transporte, y sabíamos jugar con menos hombres en cancha. Igual el técnico fue a protestar a la Afa. Decía que no podía ser que el fútbol, como institución, no alojara a la locura. El viejo tenía labia y era convincente. Aparte, cuando hablaba hacía unos silencios largos de esos que no se pueden interrumpir, y más vale darle lo que quería que tener que aguantarlo una vez más…”
“…Ese año cambian el reglamento de la C. Los equipos que jugaban con nosotros podían hacer hasta 6 cambios por lesión. Eso nos ayudó mucho. Ya no nos expulsaban y como para el árbitro era difícil distinguir a los nuevos del resto del equipo, todos empezamos a pegar a mansalva. A veces los 6 cambios no les alcanzaba y terminaban con menos de once…”
“…Todo terminó cuando al viejo Herminio lo llevaron a un geriátrico. En un partido complicado quería poner dos arqueros. Lo miramos y la desolación había invadido todo el vestuario. Él nos había enseñado todo, desde el perímetro de la cancha hasta como tomar agua durante el partido. Estaba viejo y venía a caer encima nuestro con el caballo cansado. Los nuevos lo entendieron rápido, y ellos nos hicieron saber que el viejo no iba para más…”
* Parte de Fred Allen, cuento “cabeza de chingolito” Osvaldo Soriano.
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