Al cagatinta de Robert Morales lo había beneficiado la estupidez del resto del grupo de pasantes del Centenario, de otra forma no hubiera permanecido tanto tiempo trabajando en aquél mini-equipo municipal. Eso era claro, y él lo sabía. Su fortaleza no era una capacidad extraordinaria para la labor terapéutica, sino ocupar un lugar donde nadie quería estacionar ni dos minutos la bicicleta.
Morales, a diferencia de sus superiores que ponían el dedo inquisidor en el exceso de provinciano chaqueño como causa de desborde e incumplimientos del hospital, desplazaba el foco segregativo negándose sistemáticamente a atender pacientes de origen cordobés.
La explicación se la daba a los enfermeros pero para charlar de algo nomás… “me gusta la montaña y no voy a Córdoba porque hay cordobeses, ¿me los tengo que aguantar acá?
Ahí nomás se envalentonaba y empezaba a putear “al zapato”, “al cucú”, “a esa montaña insulsa del Uritorco”, a los presidentes cordobeses como De la Rúa, a los nazis de la Cumbrecita y Belgrano, los chistes pelotudos… etc.
Respecto a sus superiores, alegó motivos contra-transferenciales, que si bien fueron aceptados parcialmente, lo sobresaliente de la respuesta escrita era “optar por seguir pensando”, “cuestionando”, “corrigiendo”, “tratando de ser mejores personas y mejores profesionales”.
Pero al haber optado por este criterio de admisión, al psicólogo le quedaba poco margen para elegir entre el resto de los pacientes.
Morales, como es costumbre hoy día, recibía las admisiones con un moreno de seguridad escondido detrás de un biombo. Primero contrató a “triple 6”, un conocido “seguridad” del barrio, pero no duró demasiado porque los cigarrillos le producían tos –según Morales- y se hacía demasiado notorio. Su despido fue la conjetura principal establecida por la policía para explicar la balacera que recibió el hall de entrada.
Estas medidas de seguridad, “anti-freudianas” para algunos, fueron incorporadas a partir de la cantidad de robos a profesionales en esas entrevistas. El caso que lo sumó a Morales, fue la amenaza con una sevillana de un pacientito de 8 años mientras le sustraía el teléfono. A la semana siguiente, la trabajadora social citó a los padres, y estos lo ataron llevándose el Duna que adeudaba 23 cuotas.
En los casos de pacientes psicóticos “no tan rígidos”, era difícil precisar si se trataba de una alucinación cuando ellos decían que había alguien más en el consultorio. Morales, cuando no escuchaba nada raro, intervenía convocándolo a “la realidad compartida”, pero era cierto que el moreno estaba más cercano a la silla del paciente y éste podía llegar a escuchar algún suspiro.
En la época de Triple 6, lo interdisciplinar fue surgiendo poco a poco. El moreno se inmiscuía en la discusión diagnóstica, y eso no le caía bien a Morales.
Al comienzo, Triple 6 no prestaba atención en las entrevistas, pero después, aburrido, comenzó a abrir la oreja, incluso acompañaba el trabajo con algunas lecturas. Así en breve lapso, cuestionaba algunos silencios “éticos” de Morales. La elipsis de Morales lo cansaba y ahí sí los suspiros de Triple 6 se hacían notar.
Lo que sigue es la presentación de un caso de Morales, escrita por Cuomo Vazquez, alias triple 6…
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario